domingo, 3 de julio de 2011

Crónica del Congo: Capítulo 3

Un parto inesperado.

Katsongeri era el director del dispensario, que nadie sabe cómo podía mantenerse sin dinero, pero garantizo que así era, una de las cosas que hacían las personas que trabajaban graciosamente en el dispensario, era cultivar y criar animales, para poder sobrevivir, con el poco dinero que algunas personas daban por sus tratamientos. El dispensario no está subvencionado por el Estado, ni por ninguna otra organización, estoy hablando, a propósito, de Kalibo.

Pues bien, Katsongeri vino una noche cuando ya estábamos todos relajados y nos habíamos bebido nuestra respectiva cerveza y comido la cena, un poco de pollo con arroz, y me dice que había una señora de parto y que el niño no salía, como yo era el único médico en la zona, a pesar de no ser ginecólogo salí corriendo con la intención de hacer lo que pudiera.

La asignatura de obstetricia, la había estudiado hacía más de 25 años, no obstante conocimientos que yo pensaba que estaban olvidados hace tiempo, comenzaron a venir a mi mente a una velocidad sorprendente.

Coloqué a la señora más a la vertical, en lugar de tumbada, porque pensé que la fuerza de gravedad podría ayudarle, colocando un objeto, debajo de la tabla en la que estaba tumbada, estaba cansada y naturalmente no teníamos oxitocina ni cualquier otra cosa que pudiera ayudarnos, así es que Katsongueri empezó a empujar en el vientre de la señora manualmente, mientras que yo metía las manos en la vulva y vagina, naturalmente con guantes (los que me había llevado para trabajar en la boca) y comencé a empujar las paredes para ayudar en la dilatación, tomé la cabeza del bebé para desencajarlo, y me di cuenta que venía con dos vueltas de cordón umbilical alrededor del cuello.

Mi corazón, que iba al trote, empezó a galopar, procuré mantenerme frío empujé el bebe hacia dentro para que el cordón umbilical no estrangulara su cuello y mientras yo empujaba, Katsongueri introdujo su dedo corazón entre el cordón umbilical y el cuello del niño, yo empujé aún más el bebé hacia adentro para que cediera el cordón, Katsongueri lo pasó por la cabeza y el niño quedó liberado, (desde entonces le he llamado a este gesto “maniobra de Katsongueri”). Según salió lo bajé por debajo de la tabla en la que estaba instalada la parturienta, para que pasara más sangre desde la placenta al bebé, según recordaba que nos habían aconsejado en la asignatura de obstetricia, cuando estaba en cuarto de Medicina en la Universidad de Granada.

Una chica nos iba alumbrando con una linterna de bolsillo, que yo me había traído, para mirar en la boca, como cabe suponer, no teníamos electricidad. Iba dirigiendo la linterna hacia el niño y la vulva de la señora, a continuación cortamos el cordón umbilical y lo colocamos en una mesa, encima de un paño, después de lavarlo y aspirar las secreciones de faringe, con una pera de las que se utilizan para lavar los oídos, única aspiración de la que disponíamos y lo único que teníamos para tal menester.

Una vez que el niño estaba llorando (se comprende, había nacido en el Congo) y sabíamos que en buen estado, continuamos con el “alumbramiento de la parturienta”, en medicina se le llama alumbramiento a la expulsión de la placenta, como veis todavía me acuerdo, lo cual ocurrió sin mayor problema. Probablemente salvé la vida del niño y puede que también la de la madre, tan sólo por esto merece la pena haber estado en el Congo. Al día siguiente lo dijerón por la radio y naturalmente, hablaron de un dentista español que le tocó meterse en partos, con lo que dejé el bastión español bastante alto, pero que conste que me revienta el patriotismo.

A continuación fui a presentarles el niño a José Antonio y a los demás que estaban en la otra cabaña, me sentía muy contento y a la vez emocionado por la situación , ya que es la primera vez que atiendo un parto, aunque siempre he visto nacer a mis hijos y alguna idea práctica tenía. Fue gratificante para mi vanidad el saber que la madre había decidido ponerle al niño de nombre Martínez, que es mi apellido, y es como me conocen en esta zona del Congo, ya que Isaías, no aciertan a pronunciarlo correctamente.

Katsongueri me explicó el grave problema, que tenían, cuando había partos distócicos, porque, como ambulancia, para llegar a un hospital con más medios, solo tenían la moto, pero como no tienen dinero, nunca hay gasolina, así es que también tienen una bicicleta con un asiento trasero en el que se instala la parturienta. Katsongueri se monta delante y sale pitando con toda la fuerza que dan sus piernas a los pedales, mientras la parturienta va abrazada a él, y chillando por las contracciones uterinas y por los saltos de la bicicleta, en los difíciles caminos del Congo y con suerte el niño sobrevive, después de esta experiencia seguramente sobrevivirá a muchas otras situaciones.

Tanto Katsonguerí como las mujeres del Congo pasaron a formar parte en mi Olimpo personal, ahí tengo mis héroes, considero titanes a los hombres y mujeres que luchan por sobrevivir en África.

También tenían un grupo electrógeno que no podían usar por la misma razón que la moto, no había dinero para gasolina, pero durante el tiempo que nosotros estuvimos pagamos la gasolina de la moto y del grupo electrógeno, desgraciadamente el día de la parturienta la gasolina se había acabado.

Sé la hora por el sol
y su hay lluvia por el viento
vivo en la sierra contento
sin naide a mi alredeor
sólo con mi pensamiento
(letra de una canción de Cante Jondo)

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