domingo, 3 de julio de 2011

Crónica del Congo: Capítulo 2

Por poco me mato.

En Kampala compramos el billete de autobús hacia la frontera con la República Democrática del Congo. En el camino estuve a punto de morir por segunda vez, pero esta vez fue culpa mía. Los coches en Uganda van al estilo inglés, es decir, al contrario que aquí. Crucé una carretera mirando hacia la dirección equivocada, y un autobús tuvo que desviar su trayectoria cuando iba a más de 100 kilómetros por hora. Me pasó rozando (Ángel de La Guarda mosqueado).

En el Congo sabían que íbamos a llegar; pero no habíamos dicho ni por dónde, ni cuándo por una cuestión de seguridad porque, aunque no teníamos demasiado dinero comparado con lo que las personas tienen en el Congo, era una fortuna y no quería dar datos que ayudaran a que se organizarsen asaltantes en el camino. Así es que llegamos a Butembo, Región del Norte de Kivú, sin problema alguno.

Saludé a Buthelezi, (secretario ejecutivo de la organización para la protección y la defensa de los poblados pigmeos) ocho veces al menos: apretones de manos, abrazos, besos,... Nos volvíamos a saludar una y otra vez, volvíamos a empezar, y es que José Antonio estaba grabando y nunca quedaba contento con la escena. Algunos días después partimos hacia Kalibo.

Cualquiera pensaría que, a juzgar por el estado de la carretera, tendríamos que ir en un todo terreno, pero nada de eso, llegamos en un coche normal. Todavía no tenemos explicación de cómo el conductor logró llegar. Durante el camino hice a José Antonio probar los saltamontes fritos, y le gustaron mucho; de tapa con una cerveza, la verdad, ¡están estupendos!

Una vez allí regalamos un balón de fútbol al equipo local; así sustituyeron la bola de plásticos y cuerdas alrededor que tenían por un verdadero balón de reglamento. El hecho de que España fuera campeona del mundo daba prestigio a nuestro balón y hacía que fuese más codiciado. El equipo local de fútbol quedó muy agradecido y nos trajeron por la noche, como regalo, una docena de huevos, más o menos un huevo por cada jugador, con lo que esa noche comimos tortilla.

Llegamos a Kalibo, donde ya había estado en 2006 y, de hecho, formé a un enfermero llamado Muhindo, ahora conocido como "el especialista", quien, sin duda, ha hecho más extracciones dentales que yo en toda mi vida. Este "especialista" se encontraba a 250 kms. de distancia atendiendo a otra población, con lo que era necesario formar a otra persona y dejarle el material dental para rellenar el hueco. Así es que me propusieron un enfermero, al cual entrené lo mejor que pude, si bien que finalmente tuve que suspenderlo ya que era incapaz de aprender, lo cual en cierta manera era lógico.

El enfermero en cuestión tenía 63 años, es decir, un abuelo, y a esa edad es difícil aprender un "menester" nuevo. Y,. por otra parte, él estaba empeñado en trabajar sin gafas. Yo le preguntaba que cómo era posible que él sin gafas viera mejor que yo con ellas, siendo yo 10 años más joven.

El caso es que después de haber realizado más de 300 extracciones (piense el lector que un estudiante de odontología a lo largo de toda la carrera no hace más de 20 ó 30) seguía sin saber qué instrumento debía utilizar en cada caso; incluso el secretario, que tomaba nota de todo lo que hacíamos, le chivaba de vez en cuando el instrumento que tenía que utilizar.

Me recordaba el chiste del búho. Lo cuento para los que no estén al corriente:
Un amigo le dice a otro que se va a Sudamérica que al volver le traiga un loro. El amigo se olvida del asunto y cuando está de vuelta en España se da cuenta de que ha olvidado el loro. Piensa entonces: “bueno, mi amigo es muy inculto y de animales no sabe nada”; así es que decide ir a una tienda de animales a ver lo que encuentra, y, no viendo nada mejor, le compra un búho.

Al mes lo vuelve a ver y le pregunta:
- ¿Qué?, ¿aprende a hablar el loro?
A lo que el amigo le responde:
- Aprender, lo que se dice aprender, no aprende, pero atención pone porque me mira con los ojos muy abiertos.

Pues eso, que el enfermero me miraba con los ojos muy abiertos.

Decidí informar a Butelezi en cuanto llegara de nuevo a Butembo y así lo hice de tal forma que el material dental quedó embargado, hasta que Muhindo (el especialista) volviera y preparara a otro enfermero más capacitado. Hubo personas que hicieron hasta 30 ó 40 kms. por la noche para ser tratados por la mañana (a quien le ha dolido una muela lo comprenderá bien).

Un señor que llegó con, a mi juicio, una infección enorme por papovavirus, el virus que produce las verrugas, pidió nuestra asistencia. Le pregunté qué le pasaba y me contestó que qué le iba a pasar, ¡que le dolían las muelas!, y no dio más importancia a su estado verrugoso (“no era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano”). La resignación de las personas en el Congo es grande.

“El amanecer sorprendió a Sahrazad, que calló para no abusar de la licencia que había conseguido”.

No hay comentarios: