domingo, 3 de julio de 2011

Crónica del Congo: Capítulo 1

Por poco nos matan.

Con mucha dificultad logré hacer el equipaje, ya que tenía muchos medicamentos y gafas que no quería dejar aquí, dado el gran beneficio que podían aportar en el Congo. Nos fuimos, José Antonio y yo, en el avión de las Líneas Aéreas Turcas, ya que era más barato, aunque, para sorpresa nuestra, te tratan mejor que en las líneas europeas.

Al entrar en el avión de enlace que iba a Nairobi, oí gritos en inglés. Me resultó extraño. Era un muchacho de unos 20 años que estaba al final del avión y que movía los brazos de arriba a abajo. Pensé que sería un predicador*, pero al acercarme más entendí lo que decía: “Mirad mis manos, me llevan esposado. No he cometido ningún delito, pero no quiero volver a mi país, no quiero volver a Somalia. Lo único que tengo es mi vida y me van a matar” -gritaba y lloraba, desesperado, rodeado por cuatro policías. Yo no sabía cómo reaccionar y, de hecho, me quedé mirando con la boca abierta como un pazguato. Los demás viajeros se iban sentando cómodamente en sus asientos sin mover un ceja. Entró una monja que hizo lo mismo y yo me senté también, como si nada. Parecía que el muchacho era el hombre invisible e inaudible, pues nadie pareció darse cuenta de que existía. El que más reaccionó de todos fui yo, y lo único que hice fue quedarme con la boca abierta. Al ocupar mi asiento, ensimismado, iba pensando: “éste debe de ser el nuestro tan famoso prójimo al que debemos amar y proteger”. Qué podía hacer yo aparte de sentirme miserable por pertenecer al género humano. Entonces caí en la cuenta de que llevaba 50 euros en el bolsillo. Pensé: “quizás si le hubiera dado el dinero, habría servido para que en su país sobornara a alguien y pudiera salvar su vida”. Los 50 euros me estaban quemando en el pantalón, así es que me levanté y me fui a buscar al muchacho, una vez que habíamos despegado, para dárselos, pero no lo encontré. Ya no estaba en el avión. Se ve que lo habían sacado antes de despegar, para llevarlo al avión que iría a Somalia. Los 50 euros me siguen quemando cuatro meses después de que esto ocurriera, pero ahora es todavía peor porque ya no tengo posibilidad de dárselos.


Llegamos a Nairobi, donde tuvimos que esperar algunos días para obtener el visado en la embajada del Congo. Nos alojamos en la residencia de estudiantes (YMCA). Era lo más barato y estaba bastante bien.

Le expliqué a José Antonio (productor y realizador de documentales de Alcazaba Documental) que aprendí inglés en Nairobi. Hay algunas academias y el precio oscila entre 60 y 100 euros el trimestre. Es más barato que irse a Londres o Estados Unidos; y también más exótico.


Una vez resuelto el papeleo teníamos que coger un autobús de Nairobi (Kenia) a Kampala (Uganda). Cuando íbamos a comprar los billetes que teníamos concertados, vimos que habían quedado plazas libres en el primer autobús que iba a salir y decidimos tomarlo, con lo que llegaríamos antes.


Al día siguiente, en Kampala, leímos en el periódico que el autobús que decidimos no coger había sido atacado por Al Qaeda con granadas, y que los terroristas intentaron volarlo disparando al depósito.


No lo lograron, pero aun así hubo 6 muertos y 20 heridos graves. Nos habíamos salvado por los pelos. José Antonio pensaba que nos habían oído hablar de que cogeríamos ese autobús y que iban a por nosotros, por ser europeos, para hacerse publicidad. Yo verdaderamente no lo creo, pues no creo que seamos tan importantes. José Antonio argumenta a favor de su versión que a son de qué iban a matar personas de Kenia y Uganda, pues nadie VIP iba en el autobús en ese momento. Bueno, fuera como fuese, el caso es que seguimos vivos, seguramente, mi Ángel de La Guarda, en el que no creo, está bien entrenado.


Yo pensaba que el atentado saldría en las noticias en España, y por ello envié un SMS para decir que no se preocuparan por la consulta, que el autobús no era el nuestro, y que seguíamos vivos. Pero, por lo visto, lo único que logré fue preocuparles, pues en los informativos españoles no se hizo el más mínimo comentario.


*Predicador: En África existen mucho predicadores e iluminados de distintas religiones que predican a gritos en calles, plazas pública e incluso dentro de los autobuses, la mayoría suelen llevar una biblia en la mano derecha o izquierda según que sean diestros o siniestros y mientras predican, abren los brazos y los agitan como aspas de molino, que confundirían al mismo D. Quijote. Imagino a Sancho gritándole, ¡que nó,  mi señor, que no son gigantes!, ¡no los embista, ni acometa, que son predicadores!, ¡¿es que no ve las biblias al final de los brazos?!

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